lunes, 22 de septiembre de 2008

Fuera de servicio

Afortunadamente, el mes de junio había llegado a Malavilla y Marckopole veía la luz al final del túnel. Por fin acabarían las expediciones al lejano y salvaje oeste y terminarían sus tratos con los aborígenes. Lo importante era salir indemne de aquel centro, dirigido por un trastornado y amparado por una secta paleta, escasa de empatía y de sentido común.

Los últimos días del curso no fueron especialmente conflictivos, pues la mayoría de los abonados a la expulsión, hacía tiempo que no aparecían por clase. Aquello fue un paulatino despoblamiento de las aulas, sobre todo, por parte de los alumnos de 1º de bachillerato y del 2º ciclo. Sin embargo, tres días antes de terminar las clases se daba el caso de que algunos venían sin ningún material escolar, “porque ya no se da clase”. Entonces ¿para qué venían? Esa actitud estimulaba a Marckopole a dar su clase y a requerir la atención de los demás a sus explicaciones.

A pesar del descenso de conflictos, sí hubo algunos casos: La pelea entre dos alumnos de 1º de eso: Metela Gamba, una negrita corpulenta, y Guifré Ido, un aborigen del valle. El resultado fue que en el fragor de la lucha, Guifré le arrancó una de sus trenzas a Metela, que quedó sobre el suelo como prueba de la brutalidad del muchacho. Finalmente, ambos fueron expulsados unos días. Antes, se quedaron en la llamada “aula de convivencia”, que dicho en veneciano era “aula para castigados”. Marckopole, como profe de guardia de recreo, tuvo el honor de ser asignado a dicho aula durante un recreo. Allí, Guifré Ido se dedicaba a hacer dibujos y pelotas de papel con ellos, mientras Metela Gamba no decía ni pío, ni se movía, con la mirada perdida.

El último día de clases había pocos alumnos en el centro, pero la mayoría era del primer ciclo (13-15 años). Marckopole recuerda a una de las conserjes entrando y saliendo con frecuencia de la sala de profesores advirtiendo que “abajo la estaban liando Artur Ulato y Feli Penjat”. ¡Qué encanto de criaturas! La conserje buscaba a un profesor de guardia, pero allí no parecía haber ninguno con esa función, aunque había que preguntarse: ¿Dónde estaba el profesor que debía darles clase? Ausente. ¿Dónde estaban los cuatro jefes de estudios? De compras por Malavilla. ¿Y los profes de guardia? Para Marcko, estaban en la sala, callados, haciéndose los tontos ( no les costaba mucho trabajo). ¡Cuánta desidia!

Por la tarde, antes de empezar las sesiones de evaluación, Verónica y Eliza entraron en la sala de profes y se dirigieron a Marcko: “- ¡Oye! ¡Tenías que haber visto cómo está el servicio de los de 3º!”
- “¡Sí! – exclamó Marcko- “¿Cómo está?”
- “Ven, vamos” – dijo Eliza
Ambos se encaminaron por los angostos pasillos del insti hacia la zona de 3º. Torcieron hacia la derecha y otra vez hacia la derecha.. Allí el panorama era palmario


Marckopole se interrogaba sobre lo que había ocurrido en ese espacio:
¿Habría entrado un orangután y se había colgado del falso techo? ¿Los retorcidos alumnos metieron un burro en el servicio y éste, animalito, intentó buscar la salida a su manera? ¿Algún alumno suspendido por un malévolo profesor se suspendió del techo y provocó ese estropicio?


Los destrozos eran evidentes, pero nuestro profesor se preguntaba si nadie vio ni oyó nada.
Eliza y Marcko decidieron que aquella muestra de irracionalidad debía ser plasmada gráficamente, para alumbrar a las autoridades educativas sobre los desviados modales de ciertos educandos.¿Enseñaría modales la pretendida “Educación para la ciudadanía”? No estaría mal.
Así pues, Eliza, arriesgando su físico, (había plafones colgando del falso techo) retrató con detalle los efectos del atentado.


Asimismo, con toda lógica, alguien puso un cartel en la puerta avisando de que el servicio estaba fuera de servicio (valga la redundancia). Con razón, el director sonado había afirmado que no valía la pena hacer reformas en el edificio. Los técnicos le aseguraron que era preferible hundirlo y construir uno nuevo. El centro era como un barco con innumerables vías de agua y un capitán que lo estrellaba continuamente contra las rocas. El buque se hundía sin remedio y Marckopole saltaría antes de ser engullido por las oscuras aguas de Malavilla.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El disputado aprobado

Dedicado a María de Móstoles



A partir del mes de mayo, el curso se acaba para algunos. Por ejemplo, a mediados de mes, 2º de Bachillerato termina, pues hay que matricularse para la selectividad.
Aprobar todo en mayo supone poder optar a los estudios universitarios o profesionales deseados. No obstante, había alumnos con materias suspensas que presionaban a los profesores para que les aprobasen por su cara bonita.
El nivel de cinismo era elevado cuando los alumnos afirmaban que habían asistido a clase, hecho los ejercicios, mostrado interés y demostrado buen comportamiento. Evidentemente, o tenían poca memoria o habían estado en otra clase.
El papel de algunos padres era infame cuando trataban desconsideradamente a los profesores y les decían que “habían venido por las buenas para que aprobasen a sus hijos porque sólo les quedaba una”. La pregunta es: ¿Cómo (les) aprobaron las demás? Esto ¿qué es? ¿Un despacho de notas a gusto del consumidor?
Si el profesor es digno no se rebajará a rendir un aprobado inmerecido, que sería como pagarle a uno por el trabajo que no ha hecho. Entonces, el padre o la madre amenazaba con poner una reclamación. Este trámite sólo era válido para solicitar la revisión del examen y la amenaza no era necesaria. El departamento en cuestión se reunía, revisaba el examen y decidía. Marckopole sospecha que muchas reclamaciones eran estimuladas por el equipo directivo y los profes-colegas-de-alumnos. En un pueblo como aquel, el caciquismo seguía presente y se pedían y daban favores.¡Qué peeena!

A Teresa, profe de un grupo de 2º de Historia de España le habían presentado 11 reclamaciones. De ellas, 5 se desestimaron al instante en el departamento, porque eran alumnos aprobados que pedían que se aprobase a un compañero.¡Cuánta solidaridad!
El resto solicitaba que les aprobasen, cuando sus exámenes no llegaban ni al 4.
En fin, hora y media en el departamento para responder a cada una de las absurdas peticiones. También el cretino del jefe de departamento, Jacobo Balicón aportaba su “ pizca de sentido común”. “Es que en 2º de Bachillerato como ya se obtiene un título, los padres se pueden presentar con un abogado para ver exámenes, ejercicios, etc. y pueden llegar a la inspección para que les aprueben”.
“¿Y qué?” respondió Teresa – “Yo le presento a mi abogado. ¡ A ver si se creen que aquí nos van a mangonear!”
Dicha profesora sufrió el acoso de otros profesores cuando en la sesión de evaluación extraordinaria de 2º de Bachillerato, resultó que al alumno de 20 años, Enric Arota, sólo suspendía Historia de España con un 0 en el examen. Los profesores que hablaron en la sesión le pedían a Teresa que le aprobase ¡Vaya manera de devaluar la enseñanza! El nivel de ruindad aumentó con el tutor del grupo Fermí Serable, quien le soltaba lindezas como: “¿Vas a poder dormir bien esta noche? Lo que has hecho va a caer sobre tu conciencia”. Además, Teresa, desconcertada, argumentaba que: “Por esa regla de tres,¡ deberíamos aprobar a los que no se han presentado al examen!” A lo que el trastornado tutor respondió: “Pues es otra posibilidad que se podría considerar”.
Posteriormente, Marckopole tuvo unas palabras con el rastrero tutor y le reprochó su indigna actuación por coaccionar a la profesora.

Al día siguiente, las notas se publicaron y vino Enric Arota para hablar con Teresa:
-“Yo te pido un favor personal. Es que mi padre me ha apuntado a una escuela de pilotos y ha pagado 6000 euros de matrícula y la edad máxima para inscribirse es 21 y ya tengo 20 y me hace falta el título de Bachillerato”.
-“¿Quieres ver el examen?” apostilló Teresa.
-“No, no lo quiero ver. No estudié mucho, pero... tú ya sabes que he sido un alumno ejemplar: he venido a clase y casi apruebo los exámenes...”
-“Mira – contestó Teresa- no me has entregado ni un resumen de los que te he pedido. Has faltado 20 veces a clase. ¿Dónde está tu ejemplaridad?”
- “Entonces... ¿no me vas a aprobar? Es que es una oportunidad única” – imploró Enric Arota.
- Mira. Yo no tengo la culpa de que tengas 20 años y de que no hayas estudiado. Yo lo siento mucho, pero no puedo. Cuando tengas un trabajo y demuestres responsabilidad comprenderás que debes cumplir con tu obligación para obtener resultados positivos”.

Finalmente, según contó Enric Arota, consiguió que le hicieran una ¿rebaja? por no tener el título y entró en la escuela de pilotos de Louis Gosset Jr. y allí sí que se enteró de lo que costaba ser piloto.

viernes, 15 de agosto de 2008

(Casi) nadie te defiende.

La comunidad educativa es una sociedad que se rige por una serie de normas para procurar su buen funcionamiento. Dentro de estas normas están las de convivencia, para permitir que los alumnos se respeten entre ellos y que éstos hagan lo mismo con el profesor.
Ninguna falta puede quedar sin sanción, pues es conveniente que los alumnos aprendan a convivir y no confundan el instituto con un lugar donde dar rienda suelta a sus apetencias.
Por otra parte, Marckopole tenía dentro de su horario, dos clases semanales de una de esas materias pierdetiempos llamada “Actividades de estudio”. ¿Cuál era su contenido? Ninguno. ¿Era evaluable? No, claro. Esta materia (por llamarla algo) era una alternativa para los que no quieren estudiar religión católica y, en teoría, deberían hacer sus tareas, estudiar, preguntar dudas al profesor, etc. Marckopole no comprendía porque había materias sin contenido y sin evaluación. De este modo, esas horas quedan devaluadas y el alumnado, que no tiene una inclinación natural por el estudio, cree que es tiempo libre para hablar o escuchar música y el profesor debe mantener el orden.
Realmente sería necesario corregir este aspecto del maltrecho sistema educativo español, pero los responsables políticos de este desatino no van a mover un dedo.
Además, Marckopole no había elegido ni esa materia, ni a ese grupo (2º de eso). Su elección fue “Historia de las religiones” en 3º de eso. Sin embargo, cuando recogió su horario el estulto director le dijo que había tenido que arreglar los horarios como había podido. Ya nuestro profesor comenzaba a comprobar su negligencia.
Dicho grupo se componía de unos 12 alumnos, la mayoría marroquíes. Algunos alumnos no venían a hacer nada de provecho y otros hacían sus tareas y, de vez en cuando, preguntaban algo.
Un día una alumna llegó con retraso al aula. Era Babar, una estilizada marroquí vestida como los occidentales y cargada con su mochila. Entró y recorrió el corto espacio que había hasta la pizarra. Allí, volvió la cabeza , miró seriamente a alguien de atrás y comenzó a llorar. Marckopole le preguntó si quería ir al servicio para despejarse. Ella negaba con la cabeza, mientras los demás alumnos estaban expectantes. Entonces el profesor salió de la clase con ella, cerró la puerta y le preguntó si le podía contar lo que le pasaba. Ella le dijo:
- “Profe. Es que hay un chica que me pega. Hoy en el recreo estaba en el servicio y ha venido ella con otras y me ha estado empujando”. Babar mostraba el antebrazo magullado. “Y encima había gente en el baño y nadie me ayudaba, nadie te defiende. La gente tiene miedo.”
- “¿Se lo has dicho al jefe de estudios?”- preguntó Marckopole.
- “Sí, se lo he dicho antes de venir a clase pero me ha dicho Marta Padera que no me podía atender y que hablaría con esa chica”. “Profe – prosiguió Babar entristecida- la culpa es de Ana Cardo, la de mi clase, porque ella le dice a Mónica Morra, la chica que se mete conmigo, que yo la critico o la insulto, y eso es mentira. Entonces ella viene desde su clase a insultarme y a pegarme con otras. Porque si fuera una, yo me defiendo, pero es que viene con más. El otro día, entre clase y clase, entró y me cogió del cuello y yo me defendía pero... profe, yo ya no tenía fuerzas y no podía respirar... Menos mal que llegó el profe de Ciencias y nos separó.”
Babar relataba apenada sus encontronazos con la individua y Marckopole se preguntaba porqué no se actuó desde jefatura de estudios desde la primera agresión.
-“Profe. Yo no he tenido ningún problema con nadie en este instituto. Bueno, sí, con esa chica hace dos años, pero ahora que está acabando el curso y hay exámenes... Yo no puedo estudiar, porque tengo miedo de que esta chica me pegue por la calle. Además no quiero entrar en clase para ver a Ana Cardo”.
- “Si quieres – dijo Marcko – puedes irte a clase de religión ahora. Cuéntale todo a la jefa de estudios y si no ponen medidas, podrías denunciar a esa chica.”
- “Sí profe. Yo se lo voy a decir a mi madre y la voy a denunciar porque yo no quiero estar así.”
Babar se marchó al aula de religión y Marckopole volvió a entrar en el aula donde los marroquíes y Eduard Boig habían aprovechado para hacer el mono o la cabra o ambas cosas a la vez.
Acabada la hora de la “clase”, Marcko subió a la sala de profesores y, al llegar a la puerta, vio a Teresa, la tutora de Babar y le preguntó: “¿Te ha contado Babar lo que pasa?”. Ella contestó indignada: “¡Vaya! ¡Si ya estaba la otra esperando en la puerta para pegarla! ¿Y por qué tiene que pegar a la mía?”
Seguidamente, María Margada, otra jefa de estudios, habló con Babar y con Teresa y Marckopole marchó a otra clase.

Al día siguiente, Marckopole se cruzó con Marta Padera y le preguntó si tenía conocimiento del caso de Babar.
- “Pues sí – respondió la jefa de estudios- “ Lo que pasa es que Babar ha denunciado a Mónica Morra a la Guardia Civil sin decirnos nada, cuando nosotros llevamos tiempo detrás de Mónica”.
- “Sí, pero a Babar la habían golpeado y ella me enseñó las marcas. Además dijo que nadie la defendió en el servicio. “ – adujo Marckopole.
- “Bueno, bueno... – dijo Marta – “A Babar ya la conocemos. No salió a pedir ayuda, cuando había profesores de guardia en el patio. Mónica Morra es un chica con problemas, que vive con una familia de acogida. Babar no. Ella vive con su familia. Es que es un caso delicado...”
Finalmente, la agresora fue expulsada tres días del centro y Ana Cardo, la instigadora, siete.
Evidentemente, Babar no era una mosquita muerta, pero seguía sintiendo miedo. Durante el recreo no se separaba de la puerta de acceso al aulario, cerca de los conserjes. Mónica Morra tendría sus problemas y serían comprensibles pero no se podía consentir su matonismo. Tal vez al negligente equipo directivo le molestó la denuncia a la Guardia Civil, pues ponía en evidencia su tardía y deficiente actuación. Los alumnos deben sentir que se hace justicia y que los matones no tienen sitio en la sociedad. La ley está de nuestra parte, aunque a veces hace falta diligencia y valor para aplicarla.

martes, 1 de julio de 2008

"Fashion's victims' classroom"

Dedicado a Alfonso de Linares y a Pilar de Ciudad Real.

En el “Maestro Picio” hay una clase particular: 1ºA, más conocida como la clase de las “victim”. Ahí, la mayoría femenina (sólo hay un chico) ha diseñado el aula a su gusto como se puede ver.


No queda pared sin decorar con dibujos de nubes, estrellas, mariposas, lunas, corazones... En una segunda fase, las chicas, enamoradas y esclavas de la moda, colocaron dibujos más grandes de personajes tales como: la Caperucita, el Lobo, Winnie the Pooh, el gato de Shrek, Bambi, hadas, etc. Asimismo, escribieron sus nombres en folios rodeados de estrellitas y remolinos. Tal vez si fuera un 1º A de E.S.O. se podría comprender esta decoración infantil, pues los alumnos de ese nivel tienen edades entre los 12 y 13 años. Sin embargo, el 1º A “fashion” es de Bachillerato (16, 17 e incluso 18 años).

En la evaluación final, Marckopole le comentó a Carmine, la tutora del grupo, que aquello parecía una guardería y que les distraía mucho. Ella le dijo que prefería que pareciese una guardería antes que tener las mesas rotas. Pues sí, tenía razón, pues las bestias ociosas eran mayoría en el instituto y los destrozos, diarios.
Por otra parte, era posible dar clase, aunque a veces estuvieran más ocupadas en contarse secretitos o de mirarse en el espejito la disposición del flequillo o la sombra de ojos, y claro, así ¿cómo se podían enterar de la unificación italiana o de la revolución de octubre?
En una ocasión, Marckopole entró en clase para hacer un examen. Las mesas ya estaban dispuestas en filas al igual que las chuletas, pero hubo algo que le llamó la atención. Al fondo del aula había una mesa con unos 20 ó 30 botecitos de pintauñas. ¿Irían a hacer alguna actividad con ellos en alguna materia? Qué raro pues ya no tenían Plástica. ¿Habría entre ellas una representante de cosméticos? Esto era más probable.
Al terminar el examen algunas se fueron a la mesa del fondo y Soraya les dijo: -“ Os los he traído para que cada una coja el que quiera”. Dicho y hecho. Debo, Vane, Cris, Mery y Laury comenzaron a probarse los pintauñas y pronto se percibió a distancia el fuerte olor que desprendían. Deberían emplear una mascarilla para protegerse. ¡Aquello olía a barniz!
Otro de los profesores que se asombraba en la clase “fashion” era Amedeo, el profesor de Griego. Aunque el asombro era tanto por el comportamiento infantil de las “fashion” (risitas, notitas, etc.) como por su bajo nivel en la materia (demasiadas abonadas al 1).
Un día, Amedeo entró en el aula y... ¡sorpresa! Mesas y sillas arrimadas a las paredes y las “fashion’s victims” haciendo un baile. Estaban ensayando una coreografía para Educación Física, pero no un baile cualquiera, sino de lo más “in”. Amedeo podría haberse quedado como espectador o haber dirigido la coreografía al ritmo de: un, dos, tres, cuatro. Abajo, aaarriba, ¡uh! ¡ah! También podía haber dicho eso de :”La fama cuesta y vosotras vais a sudar para conseguirla” ¡Y tanto! Aquello parecía una sauna. De todas maneras no les quedó mal la coreografía.
 


Finalmente, Amedeo se autoimpuso la cordura y dio su clase de griego, aunque el ambiente no fuera propicio. El deber es el deber.
La verdad es que aquella clase aparecía como una isla dentro del mar de tosquedad de Malavilla. Las pobres “fashion” debían recorrer 60 km. hasta alcanzar un centro comercial en condiciones donde adquirir los complementos y cosméticos apropiados para construir su imagen y personalidad “fashion”: bolsos de Dulce Gabacha, gafas de Man Ray, crema facial Pavón, perfumes “Agua d‘ortigas” “Eau de Porc” y algún vestido de Palentino.
Sin embargo, tras emplear un tiempo considerable en conformar su estilo ( el tiempo dedicado al estudio podía esperar), el resultado era dispar: cabello bien cortado, teñido y peinado, buen maquillaje facial, camiseta y pantalones de Sara, manoletinas de Tábata de la Pampa... Hasta aquí, todo más o menos bello y elegante.
No obstante, el carácter “fashion” adquiría en algunas alumnas una nueva dimensión al carraspear, hurgarse la fosa nasal o realizar fuertes inspiraciones que inspiraban algo más que aire... Dicha dimensión quedaba rematada con su particular conversación:

- “¡Tía. Mira como va la Jeny!”
- “¡Arrea tronca. Que lleva el mismo top delotro día. Vaya guarra!”
- “ Esa de seguro que la dan la ropa”.
- “Pos sí. De seguida va largando de que compra en Sara.”
- “Sí, pos no te fastidia. Ande compra es en el de tó a 2 euro”.

En fin, aunque la mona se vistiera de seda, mona se quedaba. Era el carácter general de Malavilla.

jueves, 26 de junio de 2008

Los miserables (3ª parte)

La profesión docente requiere un estado de salud física y mental pleno o, por lo menos, aceptable. Si no es así, es preferible no acudir al centro , pues los profesores siempre tienen una o varias clases en las que deben mantener a raya a alumnos con incontinencia verbal, alteraciones de conducta o de agresividad manifiesta. Evidentemente, si la salud flojea, el sufrido docente podría caer en acto de servicio, cual herbívoro ante las fieras de la sabana.

Un día, Marckopole fue afectado por unas terribles fiebres malavillanas que le impidieron ir un viernes a Malavilla. Pasó el fin de semana tomando algunas pastillas y el lunes decidió volver al instituto. No es que se sintiera totalmente repuesto, pues tenía las articulaciones doloridas, pero fue. Una vez allí, tras contestar a las solidarias preguntas de sus compañeros, aprovechó un hueco para rellenar la hoja de justificación de faltas y aportar un justificante personal.
Pasadas dos semanas, Marckopole encontró una nota del director en su casillero. En ella le advertía de que debía entregar un documento justificativo sobre su ausencia aquel día. De lo contrario, siguiendo las indicaciones del servicio de inspección técnica, se haría una “oportuna deducción de haberes”.
¿Qué hacer? Marckopole emprendió una expedición hacia su residencia y pidió una cita con su doctora de cabecera, Paloma Lospelos . Sin embargo, ante la petición de un justificante para el día de marras, la respuesta fue negativa: “Lo tenemos prohibido”. “Tenías que haber venido el mismo día o haber llamado por teléfono al centro de salud”.
“Sí”- contestó nuestro profesor- “Pero aquel día no tenía ganas de nada”.
Entonces se le ocurrió que podía presentarle a Esteve Doble una relación de lo que le sucedió, avalado por quienes constataron que estaba enfermo, incluido su colega Francesco.
Dicho y hecho. Además, para asegurarse de que el nuevo justificante llegaría a su destino lo pasó a través del registro de la secretaría del instituto. “A ver si le parece válido” pensó Marckopole.
Aquella mañana transcurría sin mayor novedad, cuando antes de empezar la 6ª hora vino el conserje y repartió una serie de cartas a Luigi, Marcello, Chiara y a Marcko. En ellas se anunciaba la “deducción de haberes” por no haber justificado la ausencia dicho día.
Claramente se había comprobado la consideración de Esteve Doble ante el justificante presentado por Marcko unas horas atrás. A los colegas de nuestro profesor les había pasado más o menos lo mismo: un día enfermos y no fueron al médico. Como decía Luigi, “yo creo que este director tiene una falta de comunicación”.
Marcko se sintió bastante enfadado y, al lunes siguiente, le pediría explicaciones a aquel individuo conocido como Esteve Doble.
De esta manera, ese lunes accedió a la sala de profesores y vio al director. Marcko le mostró la carta firmada por el individuo-director. Éste le dijo que había seguido las instrucciones de inspección (que debe ser algo así como un estadio intermedio entre la divinidad y el mundo terrenal) y que el profesor hablase con ellos y viera cuáles eran los justificantes que se podían presentar.
- “Yo te presenté un justificante” – afirmó Marcko.
- “Ya, pero tú no puedes firmar un justificante”- repuso Doble.
- “Esto es injusto” – insistió Marcko.
- “ Yo no voy a entrar si es justo o no. Habla con inspección y bla, bla, bla” – proseguía el individuo-director.
- “En un centro normal no harían esto” – le espetó Marcko.
- “Ah. ¿Entonces esto no es un centro normal? – preguntó Doble indignado.
Marcko negó con la cabeza y le dijo que esperaba que siguiera con la misma ecuanimidad con el resto de profesores.
En fin, docentes, si caen enfermos y no pueden ir al centro educativo, preocúpense primero por obtener el justificante preceptivo y después ya se recuperarán.
La verdad es que el director ya ha dado muestras de sus carencias: falta de empatía, comprensión y, sobre todo, de sentido común. Si Marckopole fuera un absentista, pues sería lógico exigir rigor, pero aquel día de abril fue el primero que faltó en el 2008, es más, Chiara había faltado dos días y era el primero que no presentaba justificante.
Por lo tanto, Marckopole supone que a Esteve Doble, el Alto Servicio de la Incompetente Inspección Técnica, le habrá otorgado la medalla a la Persecución y Sanción del Docente Ausente, y lo podrá incluir entre sus méritos para promocionar en el escalafón de directores miserables. ¡Qué pena!

sábado, 10 de mayo de 2008

Los miserables. (2ª parte)

Capítulo aparte merece el director del I.E.S. “Maestro Picio Mayor”. En relatos anteriores Marckopole narró algunas de las ocurrencias del que, de acuerdo con la ley, es “el jefe del personal docente y no docente”, el que “debe velar por el cumplimiento de la ley” , “velar por el buen funcionamiento del centro” etc, etc.
En el caso de Esteve Doble, aunque sea un director novato, ya ha demostrado sobradamente sus carencias para el cargo.
Un ejemplo sería los 3 grupos de 1º de E.S.O ( que hasta el nombre es feo), formado por alumnos desquiciados. Ahí están los repetidores, inmigrantes y , ¡qué extraño! los conflictivos. Aquí la responsabilidad del director es manifiesta, debido a que confeccionó los grupos por optativas, según él. De este modo, 1º A, B y C son grupos en los que no hay repetidores, todos escogieron Francés y , en ellos están la hija del director, la hija del anterior director, el hijo del profesor de latín, el hijo del profesor de educación física... ¡Qué casualidad!
Mientras, en los grupos D, E y F están los alumnos problemáticos y otros que, sin serlo, se han malogrado influidos por el mal ambiente, o se han inhibido. Es evidente que el director, Esteve Doble, en una exhibición de nepotismo, formó los grupos para privilegiar a unos cuantos a costa de fastidiar a bastantes. A veces, Marckopole piensa en el relato de Verónica, cuando en medio del caos de 1º E, le preguntó a unas alumnas: “ ¿Y esto es así en todas las clases? Sí profe, en todas. ¡Qué mala suerte hemos tenido! “ Se lamentaron las alumnas. La verdad es que es para compadecerlas. Una hora, otra y otra, hasta 6 y, después, un día tras otro hasta 5 y... el lunes, vuelta a empezar. El director es responsable si respondiera, pero como no responde será un irresponsable, un inepto. Tanto como el almirante francés Villeneuve, quien tras su incompetente dirección de la flota hispano-francesa frente a la británica y , sabiéndose destituido, lanzó a la flota contra la de Nelson en Trafalgar, en contra del parecer de los españoles que apostaban por presentar batalla a los ingleses en el refugio de la bahía de Cádiz. A pesar de la lucha de los españoles, el resultado es conocido.


En una ocasión, Eliza Parsons, la profesora de inglés daba clase ( o lo intentaba ) en 1º E, los viernes a última hora ( una de las peores horas). En aquella jaula de monos el desquiciamiento era generalizado: alumnos de pie, deambulando, dando patadas a pelotas de papel, saltando por encima de las mesas... y, claro, Eliza quería dar clase. Ella ya había estado en institutos peores, pero aquello no tenía nombre.
Viendo que la jauría no paraba, Eliza pidió a una alumna normal, (de esas a las que le hablas, te entiende y te responde), que trajera al jefe de estudios. Rápidamente vino Marta Padera, una de las jefes de estudios adjuntas, la más competente del equipo directivo. Sin embargo, tras lanzar varias advertencias no tuvo éxito y se marchó.
La locura de 1º E continuaba y Eliza volvió a pedir a la alumna normal que llamase a la jefa de estudios. En esta ocasión, también bajó el director, pero sus habilidades para restablecer el orden fueron inútiles. Marta le dijo a Eliza: “ Me voy a llevar a Pere que está muy nervioso”. Y los demás ¿no lo están?- pensó la profesora.
Al ver a Marta marcharse, el director comprendió que era oportuna una retirada conjunta y, al salir, le comentó a Eliza: “ Yo, a los que entráis en estas clases, os admiro”. ¡Qué halagador! ¿Qué pensaba hacer a continuación el ínclito director? ¿Pedirle un autógrafo dedicado a su privilegiada hija? ¿Cómo se puede tener tanta caradura?
Finalmente, Eliza capeó la clase como pudo y, tras tocar el timbre salvador, subió a la sala de profesores. Allí, en el umbral de la puerta le esperaban Esteve Doble y Marta. Eliza iba con el paso presuroso y el rostro tenso (efectos normales tras estar en 1º E) y pensaba: “ Como éste me diga ahora alguna tontería, lo estrangulo”. Entonces el director con su expresión de Papa Noel le dijo en un tono comprensivo: “Venga Eliza. Ten en cuenta que es el último viernes del trimestre.” Buen comentarista de la obviedad. Habría que haberle preguntado qué plan tenía para sobrellevar los 25 viernes restantes. Al final Eliza, descolocada por tanta demostración de estulticia, no puso sus manos en el cuello del director.
Por lo tanto, ¿es que el director no podía poner remedio a la situación? La respuesta es que sí, pues hay recursos legales, aplicando el decreto sobre la convivencia, repartiendo a los alumnos conflictivos por los distintos grupos, convocando a sus padres para que reconduzcan a sus hijos...Pero él no iba a hacer nada. ¿Por qué ? Porque se siente cómodo en su posición de mando como el ridículo “gran dictador”.


El profesor debe ser lo suficientemente maduro, diligente y profesional para “aguantar” lo que tiene en cada clase, según afirma el jefe de estudios Pau Lina, otro iluminado de la enseñanza. Marckopole dice “no” a todo eso. Que ningún profesor asuma que va a un centro a aguantar insolencias ni boicoteos en las clases. Un profesor va a dar clase y el alumno que no se comporte no es digno de estar en el aula. Y el equipo directivo debe respaldar al profesorado en esta tarea y si no es así, que dimitan o no se presenten a esos cargos.

viernes, 9 de mayo de 2008

Los miserables (1ª parte)

Durante la vida, las personas se tropiezan con unos individuos que abusan de su cargo. A estos seres les entra una megalomanía tal, que se convencen de que, tras ser nombrados a dedo como inspector, jefe de personal o director, el resto de los mortales debería apartarse a su paso entre llamativas reverencias, alabando su buen juicio.
Marckopole pudo comprobar las fechorías de estos mamelucos cometidas sobre algunos docentes.
En primer lugar, el caso del empadronamiento de Verónica.
Nuestra colega pidió permiso en el instituto para empadronarse en Vilaverdina de la Osa a unos 100 km. de Malavilla. La jefa de estudios le dijo el día que mejor podía hacerlo, ya que Vero no podía ir por la tarde debido a que la oficina de empadronamiento cerraba a las 17:00 h. y si salía a las 14:25 h del centro, cogía el autobús a las 14:40 h, no llegaría a Vilaverdina hasta las 17:30 h.
De este modo, Verónica se empadronó, pidió un justificante y lo entregó al jefe de estudios. A los pocos días, el director, Esteve Doble, le comentó que el servicio de inspección no admitía el justificante y le descontaría el sueldo de ese día. Acto seguido, Vero llamó a la inspección y se puso la inspectora asignada al instituto, Ester Colero. Ella le indicó que el día 7 de diciembre hubiera sido un buen día para hacer el empadronamiento. En su descargo, Vero argumentó que creía que también hacían puente en aquella oficina. Sin embargo, para la inspectora lo peor es que la ausencia de Verónica supuso que “aquellas clases fueran irrecuperables”. No lo sabía bien Ester Colero, aquellas clases eran definitivamente irrecuperables pues los “alumnos” estaban como cabras.
Poco después, la profesora le comentó algo sobre una ley que la amparaba y la inspectora, en un arranque de soberbia afirmó: “ ¡No me hables de la ley que yo he hecho la ley! “ Vero no lo podía creer. En pleno 2007, un atavismo del Antiguo Régimen, una reina absolutista y despótica como Isabel I de Inglaterra. Ella era la Ley, por ella existía y de ella emanaba.



Seguidamente, la susodicha inspectora acentuó su superioridad y le soltó : “ ¡No me cuentes lo que te pasa, pues te comprendo perfectamente! Yo he sido profesora interina, titular, jefa de departamento, coordinadora de ciclo, secretaria, jefa de estudios, directora y bla, bla, bla... Si quieres mirar mi curriculum está pinchado en el tablón de la consejería. “
Vero creyó que aquella mujer, con esas ínfulas desatadas, necesitaba un psiquiatra o una docena.
Finalmente, la inspectora volvió a la cordura, como Don Quijote, y le reconoció que tal vez con ella “se había estrellado” y que pusiera un recurso a su decisión de descontarle el sueldo de un día. ¡Toma ya! ¿Por qué no retiraba su informe la inspectora majara?
Por tanto, como última opción puso el recurso con todo lujo de detalles de sus avatares, justificantes, horario de la única línea de autobuses que sale de Malavilla, permiso del centro, fundamentos de derecho... La consejería le contestó de inmediato y se reafirmaba en su decisión: “deducción de haberes por no justificación”.
¿Qué hacer? Inasequible al desaliento, Verónica llamó al jefe de personal del Lejano Oeste, Antón Torrón. Este ser le confirmó que debía haber ido el 7 de diciembre. Sin embargo, le soltó que ese día era festivo para los alumnos, pero no para los profesores. Vero no daba crédito a lo que oía.
Antón Torrón prosiguió: “Además, las vacaciones de Navidad son para los alumnos y los profesores deben acudir al centro.” Asombrada, Verónica le preguntó: “Entonces, ¿Todos los profesores lo estamos haciendo mal?” Fue en ese momento cuando al cabeza de personal se le escapó una risita y la profesora decidió cortar la conversación con un “gracias por todo”, para rectificar con un “ gracias por nada”, tras ser víctima de las burlas del jefe de personal.
Verdaderamente si un borracho no debe coger un coche, a un cargo con responsabilidad se le debería someter a un test psicológico o psiquiátrico para comprobar sus facultades mentales. En fin, seguro que a Antón Torrón se le habrá quedado una estúpida sonrisa permanente como al Joker. No hay nada más miserable que reírse del mal ajeno.




Continuará.

domingo, 27 de abril de 2008

Atrapados sin salida

El instituto “Maestro Picio” es un gran centro. No por su nivel académico si no por el conjunto de edificios que posee.
Cuando el visitante entra en el recinto, se encuentra a mano izquierda con un edificio de dos plantas integrado por la biblioteca, secretaría, reprografía, dirección y jefatura de estudios. Frente a este edificio se halla otro de 3 plantas con departamentos y aulas para ciclos formativos y 2º de bachillerato. Finalmente, al lado de estos espacios se sitúa el aulario sobre una colina. Por tanto, se debe acceder a través de una escalinata de 20 escalones. En su interior hay más escaleras que suben y bajan a las dos plantas. Las aulas de ambas plantas dan a una serie de cuatro patios desde donde los alumnos se pueden contemplar y tirarse tizas para matar el aburrimiento que les supone esperar 5 minutos a que llegue el siguiente profesor.
Si hay algo que a Marckopole le ha llamado la atención, es la suciedad y el deterioro del material (puertas, mesas, persianas...) aunque desde el inicio del curso, los destrozos se han reducido considerablemente.
Al principio se propusieron arreglar ciertos elementos como los pomos de las puertas, pues algunos se iban cayendo progresivamente debido al maltrato. Marcko recuerda como cada día que iba al aula de 1º B de bachillerato había una pieza distinta de picaporte sobre la mesa del profesor. De este modo, un día el picaporte exterior desapareció, probablemente tras someterlo a una serie de golpes por parte de las ociosas bestias que oficialmente aparecen como alumnos.
En una ocasión, el profesor llegó a la puerta del aula. Ésta estaba cerrada, pero tanto en el interior como en el exterior había alumnos, ya que, durante la clase anterior, unos habían estado en Religión y otros en esas materias pierdesiglos que la chusma política maquinó para los que no quisieran ir a Religión , pero a los que no se les podía dar Ética, porque había que reformar y la Ética quedó en el olvido. “Embisten, luego pastan amigo Sancho”
El profesor pidió que abrieran desde dentro, pero tampoco tenía picaporte y, claro, el cerrojo no estaba echado sólo el resbalón, con lo cual no valía de nada la llave. Acto seguido, Marcko envió a unos alumnos en busca del jefe de estudios.
Pasó el rato y por allí no aparecía nadie y, nuestro profesor iba constatando las dificultades que tendría cuando tuviera que pedir ayuda en otra ocasión. Desde dentro alguien con voz tragicómica clamaba : “¡Abridnos!”. No es que se fueran a asfixiar, pues había ventanas de sobra. Otros, simulando desesperación gritaban : “¡Estamos atrapados!. ¡Queremos salir. Aaaaaah!”. Que pena.
Sin noticias, Marckopole salió con paso resuelto para encontrar a algún responsable y, así, subió las escaleras y bajó otras tantas para contemplar el patio. Allí vió a sus alumnos que iban de un lado a otro. Una de las chicas, al percatarse de la presencia del profesor, se acercó corriendo y le expuso con cierta preocupación: “¡Profesor! ¡No encontramos a nadie! ¿Salimos fuera a pedir ayuda?
Sí.(pensó Marckopole) estaba pensando en llamar a Superman.



En ese momento cruzó el patio una de las jefes de estudio y nos dijo que el jefe de jefes de estudios estaba en la sala de profesores. Pues vamos para allá subiendo escalones (40 sólo).
El profesor atraviesa el umbral de la puerta de la sala y le comienza a relatar: “Tengo a unos cuantos alumnos encerrados en un aula y n....” De repente, el jefe de estudios se levanta de un salto y se pone a soltar palabrotas mientras sale del aula demandando información: “¿Qué clase es? ¿Cuántos alumnos hay?”
Llegamos a la puerta del aula, poniéndose el jefe de estudios en contacto con los encerrados. “ A ver. Soy el jefe de estudios Lina, Pau Lina. Necesito que cojáis la barra de sección cuadrada del picaporte y la introduzcáis por el orificio”. Aquello era una verdadera operación de rescate que ríete tú de los bomberos. Desde dentro: “No la encontramos”. Decepcionado, Pau Lina, melena al viento marchó a por alguna herramienta o a por algún cerrajero 24 horas.



Marckopole se quedó apoyado en la pared junto a la puerta, preguntándose porqué los desperfectos no se arreglaron antes de empezar el curso (algunos como los asientos rajados de los profesores no se han reparado, ni, al parecer, hay intención).
Finalmente, ¡sorpresa! La puerta se abre. Una alumna había metido por el hueco cuadrado unas tijeras, girando el resbalón. Casi al mismo tiempo, Pau llegaba con una gran caja de herramientas y, decidimos que para evitar posibles encierros, quitaríamos el resbalón. En adelante para abrir o cerrar la puerta meteríamos algún dedo en el agujero de la cerradura y tiraríamos con fuerza, aún a riesgo de lastimarnos con una astilla. Así eran las cosas en Malavilla.

martes, 18 de marzo de 2008

¡A mí la guardia!



Una de las actividades menos placenteras para el docente es la guardia. ¿ En qué consiste? Cada profesor tiene asignadas unas 3 horas semanales para cubrir posibles ausencias del profesorado.
Llegada la hora, el profesor acude al parte de faltas que está en la sala de profesores y comprueba cómo está. Si falta alguien, entre los profesores de guardia se ponen de acuerdo para ir al grupo sin profesor y mantener a los alumnos en la clase sin jaleo excesivo.
Cuando no falta nadie, el profesor o los profesores hacen la ronda para comprobar que todo está casi normal ( en un centro de secundaria hace tiempo que todo dejó de ser normal). Este fue el caso de Verónica, una profe de Geografía que provenía del noreste de la región como Marckopole. Ella se decidió por hacer la ronda sola ya que sus ¿compañeros? habían desaparecido. ¿Habían llegado acaso a presentarse?
Resuelta y con paso firme bajó las escaleras que le conducían a una de las zonas más oscuras del centro. El área de 1º de E.S.O. Allí se percató de que había una puerta abierta y..., al llegar al umbral... no podía creer lo que se desarrollaba ante sus ojos:
Dos alumnos peleándose en el suelo mientras otros alrededor les jaleaban y pateaban. Otros saltando sobre las mesas. Al fondo se jugaba al fútbol con una pelota de papel y, para rematar tan surrealista escena, había un plátano espachurrado sobre la mesa.
Vero intentó hacerse oír, pero el maremagnum seguía su vertiginoso ritmo loco, porque hay clases que son dignas de los antiguos manicomios. A las llamadas de atención, se sucedieron las advertencias de imposición de partes de amonestación ( al principio del curso el equipo directivo expulsaba con dos partes).
En estas estaba cuando, buscando ayuda, Vero salió a la puerta y vio a una de las jefas de estudios , María Margada, y le pidió que entrase en el aula de la locura.
Allí, María, con su atiplada voz no conseguía hacerse entender, hasta que dijo:
-“Oye. A ver si dejáis de hacer el tonto”.
Entonces, un alumno se encaró con ella y le soltó lentamente mientras le señalaba con el dedo:
- “Tú-a-mí-no-me-lla-mas-ton-to”
Ante este desafío, un jefe de estudio amonestaría al individuo, lo echaría de clase o le expulsaría a su casa, pero María contestó desganadamente:
-“ Bueno. Tú di lo que quieras” (Asombroso)
Viendo que la situación se ponía fea o, al menos, incómoda, María Margada ni corta (es un decir) ni perezosa, agarró la puerta y se marchó cerrándola, como diciendo: “ Ahí te quedas con eso”.
Verónica continuaba amenazando y redactando partes de amonestación (1, 2, 3...) Asimismo, les advertía que si no deponían su actitud, les bajaría un punto en el examen o en la evaluación o, quién sabe qué más les podía afectar. A alguno, aquello le tocó la fibra sensible y pareció volver al mundo de la cordura, pero el resto siguió.
Sea porque los alumnos también se cansan o sea porque hicieran mella las advertencias de la profesora, o por la intervención nuevamente de la jefa de estudios con su imperceptible voz, la tempestad comenzó a amainar tras 40 minutos de tormenta. Los alumnos limpiaron el descompuesto plátano, tiraron los papeles a la papelera y se pusieron a escribir una ¿reflexión? sobre qué habían hecho mal durante esa clase. Vamos, como si los proto-alumnos hubieran regresado de un estado hipnótico y tuvieran que recordar y sorprenderse de sus fechorías.¡Hasta dónde puede llegar la inconsciencia!
Finalmente, sonó el timbre salvador que anunciaba el fin del suplicio. Verónica salió del aula y se encontró con el director, Esteve Doble. Éste, al percatarse de las hojas de partes de amonestación que sobresalían de la carpeta de Vero, exclamó: - “¡No crees que te estás pasando poniendo partes!”. Ella le explicó que había puesto 5 pero podían haber sido 15 ó 20, pues su indisciplina era demoledora.
-“ ¡Es que no sabéis lo que tenéis en esa clase!” Afirmó ingenuamente Verónica. La que no lo sabía era ella.
-“¡ Yo es que no puedo dar clase!” Prosiguió Vero indignada.
Entonces nuestro ínclito director preguntó con un tono vehemente : -“ ¿Y si los demás profesores me dicen lo contrario? .
- “ Yo ya les he preguntado y ninguno puede dar clase” respondió Vero tajantemente.
El director Doble había sido pillado en un renuncio y tras sopesar su contestación, respondió afablemente:
- “Mira Vero. Yo sé que tu vienes en plan profesional a dar clase, pero tú con ese grupo renuncia a dar clase. Estás con ellos en el aula y ya está.”
Vero quedó estupefacta. El director, la máxima autoridad del centro, no iba a mover un músculo para apoyar al profesorado y garantizar el derecho a recibir clase, pues allí también había alumnos que querían aprender.
El director rendido, aconsejaba claudicar al profesorado. Un director con dignidad no podría decir eso o, si lo decía, debería dimitir de inmediato por incompetente.¿Qué clase de director tenían? ¿El profesor chiflado? ¿El comandante Lassard de la Locademia de policía? Era el mes de octubre y el curso podía hacerse más largo.



¿Seguiría Vero el desafortunado consejo de nuestro egregio director? o ¿lucharía cada día por dar clase en aquel antro de desquiciamiento sin caer en la locura? Lo sabremos en los próximos episodios de Marckopole en las aulas.

domingo, 10 de febrero de 2008

La presentación

Amaneció el día en que nuestro profesor desterrado hubo de acudir por vez primera a su ineludible destino para conocer y ser conocido por sus alumnos.
Aún no comenzaban las clases, pero la nueva directiva del centro había establecido un acto de presentación de los tutores de cada curso dos días antes del comienzo. Marckopole había sido designado tutor de 3º, en teoría alumnos de 14 años y, ya veríamos como la práctica difería de la teoría.

Desganado, Marckopole decidió utilizar el transporte público para arribar a Malavilla, pues la peligrosa y deficiente carretera le agotaría más de la cuenta al volante de su coche. Capítulo aparte merece el recorrido en autobús hasta el Lejano Oeste y en próximas entregas se resaltarán sus excelencias.

Puestos los pies en tierra de Malavilla, Marckopole subió una cuesta, esquivó los cubos de basura colocados sobre la acera, elevada un milímetro sobre el nivel de la calzada y evitó los camiones que bajaban a gran velocidad, hasta alcanzar la reja que le abría el paso del Instituto “Maestro Picio Mayor”, personalidad de renombre cuyas glorias docentes serán recordadas por un servidor.
Marckopole atravesó el patio y se acercó hasta el salón de actos, en los bajos del aulario. Una vez dentro, se distingue a unos pocos profesores junto a la puerta y delante del estrado. Los alumnos están sentados en las sillas y bastantes de pie al fondo del salón. Nuestro profesor cruzó el salón y se sentó en una de las sillas que había cerca del estrado, junto a otros profesores que él suponía, serían tutores, el director y algún jefe de estudios.



Mientras, Pau, el jefe de jefes de estudios se encontraba en la mitad del pasillo, avanzando y retrocediendo, al tiempo que lanzaba su mensaje de bienvenida (incluyendo referencias a las normas y a los profesores). Este mensaje se interrumpía con llamadas de atención a alumnos que mostraban conductas disruptivas ( en terminología de modernidad educativa), o dicho en veneciano, molestaban.
En estas estaba Pau, cuando presenta a los tutores de cada grupo. Los alumnos reciben cada presentación con distintas muestras de agrado. Esteve parece el más popular. Llegado el turno de Marcko, se levanta de la silla para ser reconocido y se sienta nuevamente. Él cree recordar exclamaciones de prevención.
Concluida la presentación, cada tutor (los presentes, ya que faltaba uno) recibió una lista de sus tutorandos , debiendo subir al aula para presentarse ante ellos y darles algunas indicaciones. Por la experiencia en las tierras del Gran Khan, desde el principio el profesor ha de poner los puntos sobre las íes y demás signos de puntuación, para que se sepa quien tiene la autoridad ( ya se sabe ) y quien está dispuesto a ejercerla ( se sabe menos). Desgraciadamente, en nuestro nefasto sistema educativo la autoridad es primordial.
Marckopole accede fácilmente al aula de 3º T, ya que lo lee en un letrero que hay sobre la puerta y además ésta carece de cerradura y picaporte. En el interior unos 15 alumnos (faltan unos 5) a quienes el profesor indica que se sienten. Acto seguido un alumno empuja la puerta y va a entrar sin pedir permiso y con una gorra puesta. El profesor le manda que vuelva a salir, llame a la puerta y se quite la gorra. De mala gana, vuelve a salir y procede a entrar como el profesor le había pedido. A continuación, Marckopole pasa lista y alguno muestra sus preferencias por ser llamado de otro modo: ¿Cómo te llamas? “Baldomero. Llámame Mero” Sabia opción.
Entre tanto, nuestro profesor tiene que llamar la atención a una alumna que pronto da muestras de sus carencias educativas: repantigada en el asiento, bosteza y se estira llamativamente. Ante las recriminaciones, ella afirma cansinamente: “Buenooo... ya empezamos”. Finalmente accede a refrenar sus modales. Esta alumna tiene un aspecto entre simiesco y porcino. Tal vez descienda de algún antropomorfo que evolucionó tardíamente hacia el “homo sapiens sapiens” o puede que sea una reliquia del pasado.



En fin, el profesor da algunas recomendaciones y tras anunciar que las clases empezarán dos días más tarde y que a primera hora les darán el horario, Marckopole sale del centro rumbo a su hogar, cavilando cómo encarar su nuevo y lejano destino, ya que no hay señales de que el cabeza de personal mueva su neurona para que le asignen otro centro.

lunes, 28 de enero de 2008

La fuerza del destino

Septiembre no es tan sólo el comienzo de cada curso académico, sino también el inicio del año para el docente. Conocida la fecha y el destino, Marckopole se dispuso a intentar cambiar este último, visto el tortuoso camino que le aguardaría día tras día.
¿A quién recurrir? Nuestro profesor acudió a su primo Àngel quien, al parecer, conocía bien al cabeza de personal del Lejano Oeste. Ambos habían sido maestros en el mismo colegio y el cabeza ya había dejado las aulas, probablemente por alergia a la tiza.

¿Qué pretendía Marckopole? Volver a la lista de interinos en su puesto y que le fuera asignada una nueva vacante cuando los centros presentaran su demanda de plazas. Sabido es que salen mejores destinos en septiembre y, antes de que la plaza se la ofrecieran a otro interino con menor puntuación, Marckopole deseaba que le fuera concedida esa plaza, es decir, él no tramaba quitarle la plaza a nadie, puesto que nadie la tenía.

Su primo le aseguró que haría lo posible y, esperanzado, el profesor volvió al instituto del noreste para poner exámenes y asistir a las sesiones de evaluación, esperando la llamada que le anunciara que Malavilla, se quedaría allí para otro.
Pasan los días, Marckopole elige grupos sin mucho entusiasmo en el instituto del lejano oeste y recibe informaciones desalentadoras por parte de Àngel pues el cabeza de personal no contesta a las llamadas, su secretaria le despacha con un “está reunido” y cuando habla con él, pone todo tipo de trabas : “que el instituto esté lejos no es una excusa” y su primo le responde “ pues, ¿qué prefieres? ¿qué coja la baja por depresión?” Evidentemente sería para cogerla.

Realmente el encargado de personal no estaba por la labor. Las ilusiones se fueron diluyendo cual azucarillo cuando comprobó que los centros demandaban interinos y su nombre no aparecía por allí, pero ¡qué curioso! a la persona que le había tocado su destino provisional en las listas definitivas ( a 10 km. de Malavilla) , ahora estaba en la lista de septiembre, la primera, y le habían enviado a la capital de la región.
¿Qué habría aducido para librarse de ese destino? ¿Alergia al clima del lejano oeste? ¿Familia necesitada de sus cuidados? ¿Hipoteca asfixiante? O simplemente ¿había hablado con la persona adecuada e influyente? Misterio.



Entre tanto, Marckopole supo que en su instituto del noreste había una vacante (plaza libre) porque una profesora había “logrado” cambiarse a otro centro, “su” centro. Esta jugada ya la había hecho el curso pasado. Tal vez habría hablado de nuevo con otra persona adecuada. Ante este hecho, Marckopole ve otra luz de esperanza y llamó al director del instituto del noreste para que hablara con el cabeza de personal del noreste para que le reclamara y continuase en aquel, su todavía instituto. Asimismo, nuestro profesor trató el tema con su primo para que comentara al encargado del lejano oeste que contactara con su colega del noreste para que le traspasara a su zona anhelada. Parlant la gent s’entén. Si quieren, claro.

A los dos días, llamada del director del centro del noreste: “Oye Marcko, que me ha dicho el cabeza que si tienes un nombramiento en otra zona, no te pueden reclamar en otra. Es que no lo hacen”. Otro jarro de agua fría. La burocracia es aplastante.
¿Qué nos quedaba? Un débil hilo de esperanza, pero se acercaba el comienzo del curso y Marckopole debía ir a Malavilla, mientras mentalmente se resistía a marchar, agarrándose a cualquier objeto (farola, semáforo, coche, buzón...) que le apartara de la fuerza del destino, de aquel destino tan denostado.

¿Qué le aguardaría allí? ¿Cómo sería el recibimiento de los indígenas? ¿Lograría hacerse comprender por ellos? ¿Soportaría el clima extremo? Lo veremos en las próximas entregas de Marckopole, el profesor desterrado.

sábado, 19 de enero de 2008

De cómo Marckopole fue enviado al Oeste




Ardua es la tarea del enseñante: captar la atención del discente, explicarle contenidos, ejercicios y comprobar su aprendizaje día tras día para, finalmente, calificar sus progresos.
A todo docente le agradaría desarrollar su labor en un mismo centro para constatar la evolución de su trabajo con el alumnado, identificarse con las necesidades y proyectos del instituto más allá de la duración de un curso. Mas no es posible siempre, al menos hasta la fecha para Marckopole, quien deseó permanecer en el instituto del noreste.
¿Qué sucedió?
La burocracia autonómica no le permitió seguir allí.
Primeramente, servidor rellenó una hoja para situar 80 supuestos destinos donde el interesado ignora si habrá una plaza disponible. Por tanto, elección a ciegas. Marckopole eligió 75 centros anhelando que si el centro asignado por la administración no estaba cerca de su morada, siquiera pudiera volver al instituto del noreste.
En definitiva, resultado imprevisible.
Allá por el mes de julio se publican las listas de los destinos provisionales y, cuál sería la sorpresa de Marcko, al constatar que el centro está en los confines de la región, mal comunicado y no es un instituto, sino una amalgama de niveles, además no se corresponde con ninguno de los 75 elegidos.
Empero, aún hay esperanza, las listas son provisionales y Marckopole reclama. Pero ¿qué razones aduce para convencer al funcionario de su desacertado designio? Se solicita un centro más cercano a su residencia, pues el designado está más lejano de lo razonable y uno no desea emprender dos expediciones diarias.

Unos días más tarde, aparecen las listas definitivas (qué palabra tan demoledora). Marckopole busca su nombre y ¡oh! ¡grata sorpresa! Su destino provisional ha sido adjudicado a otra persona. ¡Uf, qué alivio¡ Paulatinamente nos aproximamos al número de la lista de un servidor y ... el centro definitivo está a 10 Km. del provisional, en Malavilla, ¡sólo 10 Km. más cerca! Eso supone un viaje de 70 Km. de ida y otros tantos de vuelta. ¿Qué hacer? Bien, veremos como se da el camino, pues Catay estaba más lejos.
A grandes males, grandes remedios. Marckopole se hizo con un vehículo para ganar tiempo y... llegó septiembre.

Primer viaje hasta Malavilla. Los primeros 30 Km. son buenos, autovía, algunas rotondas, pero se circula fluidamente. Sin embargo, acaba la autovía y comienzan 20 Km. de carretera con un carril para cada sentido y ¡en obras! Un elevado tránsito de todo tipo de vehículos y máquinas. Curvas, cambios de rasante, retenciones, escasos tramos para el adelantamiento... Fin de las obras. Una recta da paso a una amplia curva en pronunciado descenso seguida de constantes curvas y contracurvas sobre un pavimento cuarteado. ¡Esto es un interminable desfiladero! De vez en cuando Marckopole repara en la calzada y alcanza a ver los cuerpos de los desdichados animalitos (ardillas, conejos e incluso tejones) que no pudieron evitar a los autos locos.



Tras innumerables curvas, el paisaje se abre y una variante de unos tres Km. le deja a las puertas de Malavilla. Marckopole cruza la calle principal del pueblo esperando leer algún letrero que le indique la dirección del instituto o, al menos, ver un edificio con aspecto de centro académico. Vano intento. Servidor acaba saliendo del pueblo y tiene que dar un cambio de sentido. Una vez en el pueblo, deja su utilitario y se dirige a algún habitante de aquella tierra para que le oriente. El habitante en cuestión lleva sombrero de paja, piel rojiza, ( que no piel roja) y un palillo en los dientes. Éste me dice, que está “ahí mismo” y “que es grandísimo”. El paisano me lleva hasta el comienzo de la calle donde ya contemplo la fisonomía típica de los institutos, con sus tejados a cuatro aguas y fábrica de ladrillo.

Mientras Marckopole caminaba hacia el edificio, iba barruntando en su mente la idea de hacer lo posible por cambiar de centro. El viaje había sido un entrenamiento para disputar un rally y uno debe evitar tensiones innecesarias. De modo que, entró en el centro, se dirigió al director y le pidió que le firmara la credencial para poder formalizar el contrato en la sede administrativa del Lejano Oriente, que en coche distaba más de una hora y veinte minutos.¿Lograría cambiar de centro? ¿Volvería al instituto del noreste? Lo veríamos en el siguiente episodio.