lunes, 22 de septiembre de 2008

Fuera de servicio

Afortunadamente, el mes de junio había llegado a Malavilla y Marckopole veía la luz al final del túnel. Por fin acabarían las expediciones al lejano y salvaje oeste y terminarían sus tratos con los aborígenes. Lo importante era salir indemne de aquel centro, dirigido por un trastornado y amparado por una secta paleta, escasa de empatía y de sentido común.

Los últimos días del curso no fueron especialmente conflictivos, pues la mayoría de los abonados a la expulsión, hacía tiempo que no aparecían por clase. Aquello fue un paulatino despoblamiento de las aulas, sobre todo, por parte de los alumnos de 1º de bachillerato y del 2º ciclo. Sin embargo, tres días antes de terminar las clases se daba el caso de que algunos venían sin ningún material escolar, “porque ya no se da clase”. Entonces ¿para qué venían? Esa actitud estimulaba a Marckopole a dar su clase y a requerir la atención de los demás a sus explicaciones.

A pesar del descenso de conflictos, sí hubo algunos casos: La pelea entre dos alumnos de 1º de eso: Metela Gamba, una negrita corpulenta, y Guifré Ido, un aborigen del valle. El resultado fue que en el fragor de la lucha, Guifré le arrancó una de sus trenzas a Metela, que quedó sobre el suelo como prueba de la brutalidad del muchacho. Finalmente, ambos fueron expulsados unos días. Antes, se quedaron en la llamada “aula de convivencia”, que dicho en veneciano era “aula para castigados”. Marckopole, como profe de guardia de recreo, tuvo el honor de ser asignado a dicho aula durante un recreo. Allí, Guifré Ido se dedicaba a hacer dibujos y pelotas de papel con ellos, mientras Metela Gamba no decía ni pío, ni se movía, con la mirada perdida.

El último día de clases había pocos alumnos en el centro, pero la mayoría era del primer ciclo (13-15 años). Marckopole recuerda a una de las conserjes entrando y saliendo con frecuencia de la sala de profesores advirtiendo que “abajo la estaban liando Artur Ulato y Feli Penjat”. ¡Qué encanto de criaturas! La conserje buscaba a un profesor de guardia, pero allí no parecía haber ninguno con esa función, aunque había que preguntarse: ¿Dónde estaba el profesor que debía darles clase? Ausente. ¿Dónde estaban los cuatro jefes de estudios? De compras por Malavilla. ¿Y los profes de guardia? Para Marcko, estaban en la sala, callados, haciéndose los tontos ( no les costaba mucho trabajo). ¡Cuánta desidia!

Por la tarde, antes de empezar las sesiones de evaluación, Verónica y Eliza entraron en la sala de profes y se dirigieron a Marcko: “- ¡Oye! ¡Tenías que haber visto cómo está el servicio de los de 3º!”
- “¡Sí! – exclamó Marcko- “¿Cómo está?”
- “Ven, vamos” – dijo Eliza
Ambos se encaminaron por los angostos pasillos del insti hacia la zona de 3º. Torcieron hacia la derecha y otra vez hacia la derecha.. Allí el panorama era palmario


Marckopole se interrogaba sobre lo que había ocurrido en ese espacio:
¿Habría entrado un orangután y se había colgado del falso techo? ¿Los retorcidos alumnos metieron un burro en el servicio y éste, animalito, intentó buscar la salida a su manera? ¿Algún alumno suspendido por un malévolo profesor se suspendió del techo y provocó ese estropicio?


Los destrozos eran evidentes, pero nuestro profesor se preguntaba si nadie vio ni oyó nada.
Eliza y Marcko decidieron que aquella muestra de irracionalidad debía ser plasmada gráficamente, para alumbrar a las autoridades educativas sobre los desviados modales de ciertos educandos.¿Enseñaría modales la pretendida “Educación para la ciudadanía”? No estaría mal.
Así pues, Eliza, arriesgando su físico, (había plafones colgando del falso techo) retrató con detalle los efectos del atentado.


Asimismo, con toda lógica, alguien puso un cartel en la puerta avisando de que el servicio estaba fuera de servicio (valga la redundancia). Con razón, el director sonado había afirmado que no valía la pena hacer reformas en el edificio. Los técnicos le aseguraron que era preferible hundirlo y construir uno nuevo. El centro era como un barco con innumerables vías de agua y un capitán que lo estrellaba continuamente contra las rocas. El buque se hundía sin remedio y Marckopole saltaría antes de ser engullido por las oscuras aguas de Malavilla.

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