sábado, 19 de enero de 2008

De cómo Marckopole fue enviado al Oeste




Ardua es la tarea del enseñante: captar la atención del discente, explicarle contenidos, ejercicios y comprobar su aprendizaje día tras día para, finalmente, calificar sus progresos.
A todo docente le agradaría desarrollar su labor en un mismo centro para constatar la evolución de su trabajo con el alumnado, identificarse con las necesidades y proyectos del instituto más allá de la duración de un curso. Mas no es posible siempre, al menos hasta la fecha para Marckopole, quien deseó permanecer en el instituto del noreste.
¿Qué sucedió?
La burocracia autonómica no le permitió seguir allí.
Primeramente, servidor rellenó una hoja para situar 80 supuestos destinos donde el interesado ignora si habrá una plaza disponible. Por tanto, elección a ciegas. Marckopole eligió 75 centros anhelando que si el centro asignado por la administración no estaba cerca de su morada, siquiera pudiera volver al instituto del noreste.
En definitiva, resultado imprevisible.
Allá por el mes de julio se publican las listas de los destinos provisionales y, cuál sería la sorpresa de Marcko, al constatar que el centro está en los confines de la región, mal comunicado y no es un instituto, sino una amalgama de niveles, además no se corresponde con ninguno de los 75 elegidos.
Empero, aún hay esperanza, las listas son provisionales y Marckopole reclama. Pero ¿qué razones aduce para convencer al funcionario de su desacertado designio? Se solicita un centro más cercano a su residencia, pues el designado está más lejano de lo razonable y uno no desea emprender dos expediciones diarias.

Unos días más tarde, aparecen las listas definitivas (qué palabra tan demoledora). Marckopole busca su nombre y ¡oh! ¡grata sorpresa! Su destino provisional ha sido adjudicado a otra persona. ¡Uf, qué alivio¡ Paulatinamente nos aproximamos al número de la lista de un servidor y ... el centro definitivo está a 10 Km. del provisional, en Malavilla, ¡sólo 10 Km. más cerca! Eso supone un viaje de 70 Km. de ida y otros tantos de vuelta. ¿Qué hacer? Bien, veremos como se da el camino, pues Catay estaba más lejos.
A grandes males, grandes remedios. Marckopole se hizo con un vehículo para ganar tiempo y... llegó septiembre.

Primer viaje hasta Malavilla. Los primeros 30 Km. son buenos, autovía, algunas rotondas, pero se circula fluidamente. Sin embargo, acaba la autovía y comienzan 20 Km. de carretera con un carril para cada sentido y ¡en obras! Un elevado tránsito de todo tipo de vehículos y máquinas. Curvas, cambios de rasante, retenciones, escasos tramos para el adelantamiento... Fin de las obras. Una recta da paso a una amplia curva en pronunciado descenso seguida de constantes curvas y contracurvas sobre un pavimento cuarteado. ¡Esto es un interminable desfiladero! De vez en cuando Marckopole repara en la calzada y alcanza a ver los cuerpos de los desdichados animalitos (ardillas, conejos e incluso tejones) que no pudieron evitar a los autos locos.



Tras innumerables curvas, el paisaje se abre y una variante de unos tres Km. le deja a las puertas de Malavilla. Marckopole cruza la calle principal del pueblo esperando leer algún letrero que le indique la dirección del instituto o, al menos, ver un edificio con aspecto de centro académico. Vano intento. Servidor acaba saliendo del pueblo y tiene que dar un cambio de sentido. Una vez en el pueblo, deja su utilitario y se dirige a algún habitante de aquella tierra para que le oriente. El habitante en cuestión lleva sombrero de paja, piel rojiza, ( que no piel roja) y un palillo en los dientes. Éste me dice, que está “ahí mismo” y “que es grandísimo”. El paisano me lleva hasta el comienzo de la calle donde ya contemplo la fisonomía típica de los institutos, con sus tejados a cuatro aguas y fábrica de ladrillo.

Mientras Marckopole caminaba hacia el edificio, iba barruntando en su mente la idea de hacer lo posible por cambiar de centro. El viaje había sido un entrenamiento para disputar un rally y uno debe evitar tensiones innecesarias. De modo que, entró en el centro, se dirigió al director y le pidió que le firmara la credencial para poder formalizar el contrato en la sede administrativa del Lejano Oriente, que en coche distaba más de una hora y veinte minutos.¿Lograría cambiar de centro? ¿Volvería al instituto del noreste? Lo veríamos en el siguiente episodio.

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