domingo, 27 de abril de 2008

Atrapados sin salida

El instituto “Maestro Picio” es un gran centro. No por su nivel académico si no por el conjunto de edificios que posee.
Cuando el visitante entra en el recinto, se encuentra a mano izquierda con un edificio de dos plantas integrado por la biblioteca, secretaría, reprografía, dirección y jefatura de estudios. Frente a este edificio se halla otro de 3 plantas con departamentos y aulas para ciclos formativos y 2º de bachillerato. Finalmente, al lado de estos espacios se sitúa el aulario sobre una colina. Por tanto, se debe acceder a través de una escalinata de 20 escalones. En su interior hay más escaleras que suben y bajan a las dos plantas. Las aulas de ambas plantas dan a una serie de cuatro patios desde donde los alumnos se pueden contemplar y tirarse tizas para matar el aburrimiento que les supone esperar 5 minutos a que llegue el siguiente profesor.
Si hay algo que a Marckopole le ha llamado la atención, es la suciedad y el deterioro del material (puertas, mesas, persianas...) aunque desde el inicio del curso, los destrozos se han reducido considerablemente.
Al principio se propusieron arreglar ciertos elementos como los pomos de las puertas, pues algunos se iban cayendo progresivamente debido al maltrato. Marcko recuerda como cada día que iba al aula de 1º B de bachillerato había una pieza distinta de picaporte sobre la mesa del profesor. De este modo, un día el picaporte exterior desapareció, probablemente tras someterlo a una serie de golpes por parte de las ociosas bestias que oficialmente aparecen como alumnos.
En una ocasión, el profesor llegó a la puerta del aula. Ésta estaba cerrada, pero tanto en el interior como en el exterior había alumnos, ya que, durante la clase anterior, unos habían estado en Religión y otros en esas materias pierdesiglos que la chusma política maquinó para los que no quisieran ir a Religión , pero a los que no se les podía dar Ética, porque había que reformar y la Ética quedó en el olvido. “Embisten, luego pastan amigo Sancho”
El profesor pidió que abrieran desde dentro, pero tampoco tenía picaporte y, claro, el cerrojo no estaba echado sólo el resbalón, con lo cual no valía de nada la llave. Acto seguido, Marcko envió a unos alumnos en busca del jefe de estudios.
Pasó el rato y por allí no aparecía nadie y, nuestro profesor iba constatando las dificultades que tendría cuando tuviera que pedir ayuda en otra ocasión. Desde dentro alguien con voz tragicómica clamaba : “¡Abridnos!”. No es que se fueran a asfixiar, pues había ventanas de sobra. Otros, simulando desesperación gritaban : “¡Estamos atrapados!. ¡Queremos salir. Aaaaaah!”. Que pena.
Sin noticias, Marckopole salió con paso resuelto para encontrar a algún responsable y, así, subió las escaleras y bajó otras tantas para contemplar el patio. Allí vió a sus alumnos que iban de un lado a otro. Una de las chicas, al percatarse de la presencia del profesor, se acercó corriendo y le expuso con cierta preocupación: “¡Profesor! ¡No encontramos a nadie! ¿Salimos fuera a pedir ayuda?
Sí.(pensó Marckopole) estaba pensando en llamar a Superman.



En ese momento cruzó el patio una de las jefes de estudio y nos dijo que el jefe de jefes de estudios estaba en la sala de profesores. Pues vamos para allá subiendo escalones (40 sólo).
El profesor atraviesa el umbral de la puerta de la sala y le comienza a relatar: “Tengo a unos cuantos alumnos encerrados en un aula y n....” De repente, el jefe de estudios se levanta de un salto y se pone a soltar palabrotas mientras sale del aula demandando información: “¿Qué clase es? ¿Cuántos alumnos hay?”
Llegamos a la puerta del aula, poniéndose el jefe de estudios en contacto con los encerrados. “ A ver. Soy el jefe de estudios Lina, Pau Lina. Necesito que cojáis la barra de sección cuadrada del picaporte y la introduzcáis por el orificio”. Aquello era una verdadera operación de rescate que ríete tú de los bomberos. Desde dentro: “No la encontramos”. Decepcionado, Pau Lina, melena al viento marchó a por alguna herramienta o a por algún cerrajero 24 horas.



Marckopole se quedó apoyado en la pared junto a la puerta, preguntándose porqué los desperfectos no se arreglaron antes de empezar el curso (algunos como los asientos rajados de los profesores no se han reparado, ni, al parecer, hay intención).
Finalmente, ¡sorpresa! La puerta se abre. Una alumna había metido por el hueco cuadrado unas tijeras, girando el resbalón. Casi al mismo tiempo, Pau llegaba con una gran caja de herramientas y, decidimos que para evitar posibles encierros, quitaríamos el resbalón. En adelante para abrir o cerrar la puerta meteríamos algún dedo en el agujero de la cerradura y tiraríamos con fuerza, aún a riesgo de lastimarnos con una astilla. Así eran las cosas en Malavilla.