martes, 18 de marzo de 2008

¡A mí la guardia!



Una de las actividades menos placenteras para el docente es la guardia. ¿ En qué consiste? Cada profesor tiene asignadas unas 3 horas semanales para cubrir posibles ausencias del profesorado.
Llegada la hora, el profesor acude al parte de faltas que está en la sala de profesores y comprueba cómo está. Si falta alguien, entre los profesores de guardia se ponen de acuerdo para ir al grupo sin profesor y mantener a los alumnos en la clase sin jaleo excesivo.
Cuando no falta nadie, el profesor o los profesores hacen la ronda para comprobar que todo está casi normal ( en un centro de secundaria hace tiempo que todo dejó de ser normal). Este fue el caso de Verónica, una profe de Geografía que provenía del noreste de la región como Marckopole. Ella se decidió por hacer la ronda sola ya que sus ¿compañeros? habían desaparecido. ¿Habían llegado acaso a presentarse?
Resuelta y con paso firme bajó las escaleras que le conducían a una de las zonas más oscuras del centro. El área de 1º de E.S.O. Allí se percató de que había una puerta abierta y..., al llegar al umbral... no podía creer lo que se desarrollaba ante sus ojos:
Dos alumnos peleándose en el suelo mientras otros alrededor les jaleaban y pateaban. Otros saltando sobre las mesas. Al fondo se jugaba al fútbol con una pelota de papel y, para rematar tan surrealista escena, había un plátano espachurrado sobre la mesa.
Vero intentó hacerse oír, pero el maremagnum seguía su vertiginoso ritmo loco, porque hay clases que son dignas de los antiguos manicomios. A las llamadas de atención, se sucedieron las advertencias de imposición de partes de amonestación ( al principio del curso el equipo directivo expulsaba con dos partes).
En estas estaba cuando, buscando ayuda, Vero salió a la puerta y vio a una de las jefas de estudios , María Margada, y le pidió que entrase en el aula de la locura.
Allí, María, con su atiplada voz no conseguía hacerse entender, hasta que dijo:
-“Oye. A ver si dejáis de hacer el tonto”.
Entonces, un alumno se encaró con ella y le soltó lentamente mientras le señalaba con el dedo:
- “Tú-a-mí-no-me-lla-mas-ton-to”
Ante este desafío, un jefe de estudio amonestaría al individuo, lo echaría de clase o le expulsaría a su casa, pero María contestó desganadamente:
-“ Bueno. Tú di lo que quieras” (Asombroso)
Viendo que la situación se ponía fea o, al menos, incómoda, María Margada ni corta (es un decir) ni perezosa, agarró la puerta y se marchó cerrándola, como diciendo: “ Ahí te quedas con eso”.
Verónica continuaba amenazando y redactando partes de amonestación (1, 2, 3...) Asimismo, les advertía que si no deponían su actitud, les bajaría un punto en el examen o en la evaluación o, quién sabe qué más les podía afectar. A alguno, aquello le tocó la fibra sensible y pareció volver al mundo de la cordura, pero el resto siguió.
Sea porque los alumnos también se cansan o sea porque hicieran mella las advertencias de la profesora, o por la intervención nuevamente de la jefa de estudios con su imperceptible voz, la tempestad comenzó a amainar tras 40 minutos de tormenta. Los alumnos limpiaron el descompuesto plátano, tiraron los papeles a la papelera y se pusieron a escribir una ¿reflexión? sobre qué habían hecho mal durante esa clase. Vamos, como si los proto-alumnos hubieran regresado de un estado hipnótico y tuvieran que recordar y sorprenderse de sus fechorías.¡Hasta dónde puede llegar la inconsciencia!
Finalmente, sonó el timbre salvador que anunciaba el fin del suplicio. Verónica salió del aula y se encontró con el director, Esteve Doble. Éste, al percatarse de las hojas de partes de amonestación que sobresalían de la carpeta de Vero, exclamó: - “¡No crees que te estás pasando poniendo partes!”. Ella le explicó que había puesto 5 pero podían haber sido 15 ó 20, pues su indisciplina era demoledora.
-“ ¡Es que no sabéis lo que tenéis en esa clase!” Afirmó ingenuamente Verónica. La que no lo sabía era ella.
-“¡ Yo es que no puedo dar clase!” Prosiguió Vero indignada.
Entonces nuestro ínclito director preguntó con un tono vehemente : -“ ¿Y si los demás profesores me dicen lo contrario? .
- “ Yo ya les he preguntado y ninguno puede dar clase” respondió Vero tajantemente.
El director Doble había sido pillado en un renuncio y tras sopesar su contestación, respondió afablemente:
- “Mira Vero. Yo sé que tu vienes en plan profesional a dar clase, pero tú con ese grupo renuncia a dar clase. Estás con ellos en el aula y ya está.”
Vero quedó estupefacta. El director, la máxima autoridad del centro, no iba a mover un músculo para apoyar al profesorado y garantizar el derecho a recibir clase, pues allí también había alumnos que querían aprender.
El director rendido, aconsejaba claudicar al profesorado. Un director con dignidad no podría decir eso o, si lo decía, debería dimitir de inmediato por incompetente.¿Qué clase de director tenían? ¿El profesor chiflado? ¿El comandante Lassard de la Locademia de policía? Era el mes de octubre y el curso podía hacerse más largo.



¿Seguiría Vero el desafortunado consejo de nuestro egregio director? o ¿lucharía cada día por dar clase en aquel antro de desquiciamiento sin caer en la locura? Lo sabremos en los próximos episodios de Marckopole en las aulas.