viernes, 15 de agosto de 2008

(Casi) nadie te defiende.

La comunidad educativa es una sociedad que se rige por una serie de normas para procurar su buen funcionamiento. Dentro de estas normas están las de convivencia, para permitir que los alumnos se respeten entre ellos y que éstos hagan lo mismo con el profesor.
Ninguna falta puede quedar sin sanción, pues es conveniente que los alumnos aprendan a convivir y no confundan el instituto con un lugar donde dar rienda suelta a sus apetencias.
Por otra parte, Marckopole tenía dentro de su horario, dos clases semanales de una de esas materias pierdetiempos llamada “Actividades de estudio”. ¿Cuál era su contenido? Ninguno. ¿Era evaluable? No, claro. Esta materia (por llamarla algo) era una alternativa para los que no quieren estudiar religión católica y, en teoría, deberían hacer sus tareas, estudiar, preguntar dudas al profesor, etc. Marckopole no comprendía porque había materias sin contenido y sin evaluación. De este modo, esas horas quedan devaluadas y el alumnado, que no tiene una inclinación natural por el estudio, cree que es tiempo libre para hablar o escuchar música y el profesor debe mantener el orden.
Realmente sería necesario corregir este aspecto del maltrecho sistema educativo español, pero los responsables políticos de este desatino no van a mover un dedo.
Además, Marckopole no había elegido ni esa materia, ni a ese grupo (2º de eso). Su elección fue “Historia de las religiones” en 3º de eso. Sin embargo, cuando recogió su horario el estulto director le dijo que había tenido que arreglar los horarios como había podido. Ya nuestro profesor comenzaba a comprobar su negligencia.
Dicho grupo se componía de unos 12 alumnos, la mayoría marroquíes. Algunos alumnos no venían a hacer nada de provecho y otros hacían sus tareas y, de vez en cuando, preguntaban algo.
Un día una alumna llegó con retraso al aula. Era Babar, una estilizada marroquí vestida como los occidentales y cargada con su mochila. Entró y recorrió el corto espacio que había hasta la pizarra. Allí, volvió la cabeza , miró seriamente a alguien de atrás y comenzó a llorar. Marckopole le preguntó si quería ir al servicio para despejarse. Ella negaba con la cabeza, mientras los demás alumnos estaban expectantes. Entonces el profesor salió de la clase con ella, cerró la puerta y le preguntó si le podía contar lo que le pasaba. Ella le dijo:
- “Profe. Es que hay un chica que me pega. Hoy en el recreo estaba en el servicio y ha venido ella con otras y me ha estado empujando”. Babar mostraba el antebrazo magullado. “Y encima había gente en el baño y nadie me ayudaba, nadie te defiende. La gente tiene miedo.”
- “¿Se lo has dicho al jefe de estudios?”- preguntó Marckopole.
- “Sí, se lo he dicho antes de venir a clase pero me ha dicho Marta Padera que no me podía atender y que hablaría con esa chica”. “Profe – prosiguió Babar entristecida- la culpa es de Ana Cardo, la de mi clase, porque ella le dice a Mónica Morra, la chica que se mete conmigo, que yo la critico o la insulto, y eso es mentira. Entonces ella viene desde su clase a insultarme y a pegarme con otras. Porque si fuera una, yo me defiendo, pero es que viene con más. El otro día, entre clase y clase, entró y me cogió del cuello y yo me defendía pero... profe, yo ya no tenía fuerzas y no podía respirar... Menos mal que llegó el profe de Ciencias y nos separó.”
Babar relataba apenada sus encontronazos con la individua y Marckopole se preguntaba porqué no se actuó desde jefatura de estudios desde la primera agresión.
-“Profe. Yo no he tenido ningún problema con nadie en este instituto. Bueno, sí, con esa chica hace dos años, pero ahora que está acabando el curso y hay exámenes... Yo no puedo estudiar, porque tengo miedo de que esta chica me pegue por la calle. Además no quiero entrar en clase para ver a Ana Cardo”.
- “Si quieres – dijo Marcko – puedes irte a clase de religión ahora. Cuéntale todo a la jefa de estudios y si no ponen medidas, podrías denunciar a esa chica.”
- “Sí profe. Yo se lo voy a decir a mi madre y la voy a denunciar porque yo no quiero estar así.”
Babar se marchó al aula de religión y Marckopole volvió a entrar en el aula donde los marroquíes y Eduard Boig habían aprovechado para hacer el mono o la cabra o ambas cosas a la vez.
Acabada la hora de la “clase”, Marcko subió a la sala de profesores y, al llegar a la puerta, vio a Teresa, la tutora de Babar y le preguntó: “¿Te ha contado Babar lo que pasa?”. Ella contestó indignada: “¡Vaya! ¡Si ya estaba la otra esperando en la puerta para pegarla! ¿Y por qué tiene que pegar a la mía?”
Seguidamente, María Margada, otra jefa de estudios, habló con Babar y con Teresa y Marckopole marchó a otra clase.

Al día siguiente, Marckopole se cruzó con Marta Padera y le preguntó si tenía conocimiento del caso de Babar.
- “Pues sí – respondió la jefa de estudios- “ Lo que pasa es que Babar ha denunciado a Mónica Morra a la Guardia Civil sin decirnos nada, cuando nosotros llevamos tiempo detrás de Mónica”.
- “Sí, pero a Babar la habían golpeado y ella me enseñó las marcas. Además dijo que nadie la defendió en el servicio. “ – adujo Marckopole.
- “Bueno, bueno... – dijo Marta – “A Babar ya la conocemos. No salió a pedir ayuda, cuando había profesores de guardia en el patio. Mónica Morra es un chica con problemas, que vive con una familia de acogida. Babar no. Ella vive con su familia. Es que es un caso delicado...”
Finalmente, la agresora fue expulsada tres días del centro y Ana Cardo, la instigadora, siete.
Evidentemente, Babar no era una mosquita muerta, pero seguía sintiendo miedo. Durante el recreo no se separaba de la puerta de acceso al aulario, cerca de los conserjes. Mónica Morra tendría sus problemas y serían comprensibles pero no se podía consentir su matonismo. Tal vez al negligente equipo directivo le molestó la denuncia a la Guardia Civil, pues ponía en evidencia su tardía y deficiente actuación. Los alumnos deben sentir que se hace justicia y que los matones no tienen sitio en la sociedad. La ley está de nuestra parte, aunque a veces hace falta diligencia y valor para aplicarla.