domingo, 18 de julio de 2010

Miss Hyde en el instituto

El 2º año en el instituto Doctora Teresa Nadora fue, en general, bueno. Nuestro profesor tuvo sus roces con ciertos alumnos, pero los supo solventar con éxito.
El curso finalizaba y éste traía como postre ¡las oposiciones de Secundaria! Marckopole estudió para conseguir de una vez la plaza, aunque estudio y trabajo eran difíciles de compatibilizar.
Diez días antes de las oposiciones, se realizaron los exámenes de recuperación (también llamados finales) en todos los cursos. Esta era una última oportunidad de aprobar para evitar examinarse en septiembre.
Calificados los exámenes, algunos alumnos pidieron ver sus ejercicios días antes de que les entregasen los boletines de notas. Uno de estos era Kélian Téres, de 3º. Marckopole le enseñó el examen calificado con un 2’06. El alumno se quedó estupefacto y dijo: “Pero, si… si yo…. yo me lo había estudiado. Me lo había preparado bien”. Nuestro profesor le indicaba sus errores y le pedía que leyera sus anotaciones en color rojo para que comprobara qué debía haber contestado. Kélian preguntó: “Entonces. ¿Me vas a suspender?” Marckopole le señalaba la nota para que él se respondiera a sí mismo. El alumno se marchó y volvió al poco tiempo. Éste le dijo al profesor que quería poner una reclamación. “Ponla” le contestó Marckopole.


El lunes, pasados cuatro días de los hechos, nuestro profesor se encontraba en la sala de profesores y, entonces, se acercó a él Marta Jante, la jefa de estudios. Ésta le dijo que había llamado el padre de Kélian Téres, preocupado por el resultado de su hijo y quería poner una reclamación. Ella había frenado dicha reclamación (ésta se debía presentar por escrito tras recibir el boletín de notas) porque quería que Marcko llamase por teléfono al padre y le dijera entre otras cosas: “…que no ha podido superar la materia, pero que si continúa con la evolución manifestada a lo largo del curso podrá aprobar en septiembre y valoramos el esfuerzo realizado en el último trimestre y de seguir así... bla, bla, bla, bla, bla.”
Nuestro profesor le indicó a la jefa que él estaba en el instituto y que si el padre quería, que le llamase allí o que pidiera una cita. A continuación, Marta Jante se giró a su izquierda y enlazó el final de su discurso con otro dirigido a otra profesora que se encontraba al lado.
Al principio, pensó en llamar al padre, pero después no lo hizo. El alumno en cuestión había sido un impertinente durante el curso y Marckopole estimó que si el padre quería interesarse por el examen de su hijo, debería ponerse en contacto con el profesor. Además, consideraba una falta de respeto que la jefa le dijera lo que tenía que transmitirle al padre. Si el alumno no había trabajado durante el tercer trimestre ¿Cómo le iba a decir lo contrario? La jefa hablaba sin saber.

Dos días después llegó la entrega de notas. Algunos alumnos pidieron ver su examen. Lo vieron y se marcharon. Por el pasillo se encontraba Kélian Téres, pero no se acercó a Marcko para ver otra vez su examen o para preguntarle algo. Tras permanecer un rato más en el instituto, esperando por si algún alumno aparecía para resolver alguna duda, nuestro profesor se marchó.
Al día siguiente era previo a las oposiciones, por lo tanto, Marckopole decidió que no iría al instituto para poder repasar tranquilamente en su casa. Previamente había enviado un correo electrónico al jefe del departamento de Historia, Felipe Tardo, advirtiéndole de la posibilidad de la presentación de una reclamación. Para ello, le indicaba las calificaciones obtenidas por el alumno y le dejaba el examen encima de la mesa del departamento, por si los miembros del mismo querían resolver la posible reclamación ese día o le esperaban para el próximo cuando Marcko ya estaría presente.

Transcurría aquella plácida y cálida mañana cuando, de repente, sonó el móvil de nuestro profesor. Era Felipe Tardo. Éste le comenta que han corregido el examen y le han puesto un 4’3 y que la jefa de estudios le ha dicho que ella misma pondría la reclamación, ya que Marcko debía haber hablado con el padre y… Nuestro profesor se queda sorprendido. ¡Han corregido el examen sin una reclamación previa y la jefa la va a ponerl! ¡Esto es dar facilidades al alumnado!
Felipe Tardo expone que a él no le correspondía gestionar ese asunto y que se va a desentender del mismo, pasándole el teléfono a Marta Jante. En ese momento comenzó el siguiente “diálogo”:

- Dime Marckopole – dijo condescendientemente.
- Dime tú, que te has puesto al teléfono.
- ¿Qué quieres que te diga? Te dije que llamaras al padre de Kélian Téres y ¡no lo has hecho! – elevando el tono- ¡¡Tengo por todas partes notas con Kélian Téres, Kélian Téres, Kélian Téres!!
- Es que yo tengo que decidir si le llamo o no – expuso Marcko.
- ¡Si yo te digo que llames a alguien le llamas! – afirmó histéricamente.
- No. Eso lo decido yo.
- ¡Aquí hay una jerarquía! – vociferaba Marta Jante.
Marcko tenía el móvil despegado de su oreja ante aquellos berridos. A lo mejor la jefa creía que estaba en el ejército prusiano. Con razón Lara, la encargada de la limpieza, decía que era “una sargentona”.
- No, no. Yo no te aseguré que le iba a llamar.
- ¡Además, al día siguiente entré en la sala de profesores y te pregunté si habías llamado al padre de Kélian y me dijiste que no!
- Yo no recuerdo eso – adujo Marcko.
- ¿Cómo que no? – chillaba la jefa.
- ¿Por qué no me escuchas? ¡No me escuchas! – clamaba nuestro profesor. ¡No voy a afirmar que ha ocurrido lo que no ha pasado!
- ¡Pero si te lo dije!
- No, no. Eso no pasó – repetía Marcko.
- ¡Ay Marckopole! ¡¡Me vas a volver loca!!
(¿Aún más de lo que estaba? La jefa estaba desatada. Se había convertido en Miss Hyde, la hermana de Mister Hyde, el personaje de Stevenson, que se transformaba en un ser perverso. Tanto café en cápsulas no le debió sentar bien a la jefa).




- Entonces ¿el alumno ha presentado una reclamación? – preguntó Marckopole.
- El alumno presentó una reclamación oral, o-ral – silabeó pacientemente – pero yo quería evitar que presentase una reclamación por escrito porque para nuestro centro es importante que haya pocas reclamaciones y este año ya hemos tenido unas cuantas en 2º de Bachillerato.
- Yo he estado en otros institutos donde se han presentado reclamaciones. El departamento las ha contestado y no ha pasado nada. – argumentó Marcko.
- Pues eso será en esos centros, pero aquí seguimos otra línea. ¿Quieres que llame ahora mismo a Kélian Téres y le diga que ponga la reclamación?
- Creo que no pasará nada – contestó nuestro profesor.
- ¡Es que no te das cuenta de que has dejado a un niño desamparado! – arremetía de nuevo - ¡Tienes que ser asertivo con él!
En esos momentos, Marcko pensaba que había dejado al tal Kélian (de 15 años) en mitad de la autopista o, peor aún, que había desahuciado a su familia. Además, le pedía asertividad ¿La misma que tenía con Marcko?

- ¿Quieres que llame a la inspectora y le pregunte cómo debe seguir el proceso? – preguntó amenazadoramente.
Por unos instantes, Marcko estuvo dispuesto a ir al centro o llamar al padre, pues parece que mentar a la inspectora es como nombrar a un juez malvado que le va a sancionar.
Sin embargo, sin saber cómo, la jefa comenzó a relajarse. Tal vez porque se estaba cansando y creía que no iba a convencer a Marcko, o porque se le estaba pasando el efecto del café en cápsulas y volvía a la cordura del Dr. Jekyll, Marta Jante empezó a pedirle las calificaciones que había obtenido Kélian Téres durante el curso. Marcko suponía que la jefa llamaría al padre de la criatura, a ese niño abandonado por el sentido de la responsabilidad y por el sentido común, para explicarle el “gran trabajo” desarrollado por su hijo.
Finalmente, la jefa se despidió con una leve reconvención: ¡Hay que ver cómo somos!
Sí. Hay que ver. La jefa parece que tiene un trastorno bipolar. Debería someterse a una revisión psiquiátrica. A veces tiene una mirada de ida con los ojos completamente abiertos que ¡da miedo! ¿Es posible que se crea Napoleona o el ama de llaves de “Rebeca”?




En fin, ¿cómo acabó la historia? Al lunes siguiente, vuelve Marcko al centro, la jefa le saluda con fría cortesía y, unas horas más tarde, aparece el jefe del departamento con ¡la reclamación! Al final la puso. Bueno, pues leen y deciden que la nota de evaluación puesta por el profesor queda ratificada. Además se argumenta que el alumno no tenía hechas las tareas en 14 de las 20 ocasiones en que el profesor se las pidió a lo largo del curso.
Marckopole ignora si el prestigio del centro quedó dañado tras esta reclamación. Quizás haya una clasificación de institutos en la que se puntúe a los centros por el menor nº de reclamaciones recibidas y, de este modo, los equipos directivos sean premiados con alguna condecoración de hojalata o con vales-descuento para adquirir algún detergente. En caso contrario, es posible que la temida inspectora “tire de las orejas” al equipo directivo ¡qué horror!

La enseñanza siempre tendrá sucesos que destacar. Lo importante es no perder el norte y mantener la dignidad del profesorado, existiendo el respeto mutuo entre todos los miembros de la comunidad educativa.

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